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miércoles, 5 de noviembre de 2014





Conducir por una interminable recta que fuga hacia una tormenta. Una curva a la izquierda y la tormenta queda a la derecha. Conducir por el margen de la tormenta. Dos cuervos comen de unos restos animales en el asfalto y echan a volar justo en el instante previo al choque. Vuelan hacia la tormenta y ya no hay choque. Llueve en algún lugar allí dentro mientras sale el sol al otro lado de la carretera.

Un rato más tarde, al final de ese trayecto, alguien me pregunta de qué tratan mis fotografías. Una risa nerviosa me empuja a responder que es algo parecido a conducir por una interminable recta que fuga hacia una tormenta (en realidad pienso que el impulso de utilizar esa imagen que se había instalado en mi pensamiento esa mañana para responder a otra cosa es muy parecido a fotografiar, o quizás sea justo lo inverso, lo complementario). Me pregunta entonces si mis fotografías llegan alguna vez a la tormenta, y, ya con la incauta necesidad de seguir respondiendo, le digo que algunas veces salen de allí cuando estoy en ella y que otras muchas veces salen de conducir por sus límites, rodeando.

Más tarde, casi haciéndose la noche, vuelvo a estar solo después de haber fotografiado quinientas veintitrés veces al margen de la tormenta. Hago una más, en una escombrera sobre una carretera, y es la última del día. Es un poco como un ritual fotografiar al término de la jornada de trabajo. Me paro frente a algo, coloco la cámara, y cuando todo está casi listo doy un paso en falso hacia atrás. Me asusta un conejo asustado que escapa brincando desde un matorral a mis pies.





















Me pregunto si habrá tormenta a la vuelta.